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MARTES, 08-JULIO-2008

Pescadores ya licenciados (II)

Una de las últimas jornadas de pesca de lucios la pasamos Mundo y yo en Villaveza del Agua, pueblo de Zamora al que acudíamos en busca de lucios y blasses...

FirmaOrdoño Llamas Gil LugarLeón

Voy a referirme ahora a los ya licenciados que fueron en su momento compañeros míos, de amistad duradera en años, y que algunos han dejado grandes huellas en mi memoria.

Bautista

Entre las décadas 50 y 60, cuando ya disponíamos de moto primero y después de coche, tuve como compañero a Bautista Rodríguez. Hombre enjuto y fibroso, con un bigotito a lo Clark Gable, que se había acostumbrado a la pesca con cucharilla, por entonces en auge, y había adquirido buena experiencia en esta práctica. Era natural de Vegas del Condado, por lo que íbamos con frecuencia hasta allí, y desde la tabla de la barca él iniciaba el recorrido hacia abajo hasta Villanueva y yo hacia arriba hasta Cerezales. Cuando regresábamos, casi siempre habíamos conseguido una excelente pesca, adornada con buenos ejemplares, de los que el río Porma criaba en abundancia.

En una ocasión decidimos quedarnos en Secos, haciendo el recorrido ambos hacia arriba, uno por cada orilla. Cuando nos encontramos en la zona alta, ya cansados de varear el río, acordamos recoger las cañas y regresar andando por la orilla izquierda. En dos ocasiones, según pasábamos al lado de dos buenas tablas, se separó de mí diciendo que iba a tirar de pantalón. La segunda vez le pregunté que si estaba «ligero» y me contestó que sí. Cerca de Secos volvió a decirme que le esperase, y como ya me salía de ojo, le espié y vi cómo se agachaba en un rincón profundo y recogía una banderilla que tenía colocada, donde daba coletazos una trucha enganchada. Allí se aclaró la clase de diarrea que tenía y que yo nunca había sospechado en todos los años que llevábamos de compañeros de pesca. ¡Por eso marchaba en dirección contraria y traía siempre truchas grandes!

Mundo

Si les recuerdo a Raimundo Llamazares quizá no sepan con exactitud a quién me refiero, pero si les hablo de Mundo, «El Andarríos», todos los pescadores veteranos habrán tenido la suerte de conocerlo. También era asiduo del pozo del puente de la estación, su padre era botero y él trabajaba de aprendiz en la tintorería Farrapeira, cuyo encargado era el ya mencionado Jacinto Mena. Hombre enjuto, de tez curtida por todas las inclemencias del tiempo pasado en las orillas de cientos de ríos, donde su instinto de conservación le conducía cuando no desempeñaba algún trabajo. Fueron años en que el río fue su afición, oficio y sostén, cuando todavía las truchas se pescaban por kilos y se vendían fácilmente a los restaurantes, bares y hoteles, y cuando algunas decenas de pescadores lo tenían como medio de subsistencia, incluso como negocio rentable.

Mundo fue siempre libre a su manera. Soltero empedernido que solamente durante un corto período de su vida se sujetó a convivir con una pareja estable. Cuando decidió desatar estos lazos lo hizo con el convencimiento de que su libertad se veía limitada en atención a la convivencia de pareja, y no quería perder ni un ápice de la misma. Siguió por tanto soltero hasta el final de su existencia. Todo su mundo, además de su nombre, estaba inmerso en el ejercicio de los deportes más viejos del planeta: la pesca y la caza, especialmente la primera, que practicó como aficionado y como profesional, llegando a ser una de las pocas personas destacadas como maestro y experto en este arte, a veces campeón en concursos, amigo desinteresado y buen compañero. Su última jornada de pesca la disfrutó en mi compañía, pescando cangrejos en la zona de Bariones. Acostumbraba a emplear palabras del caló intercalándolas en algunas frases, como mercurio, palpusa, alares, acais, etc.. A la que más cariño tenía era a la que él llamaba manguana, sin la cual le resultaba imposible salir de pesca. A la patata, que empleábamos cocida para pescar las carpas, la llamaba riladora. Siempre tenía dispuesto y bien enseñado al correspondiente perro de caza. En cierta ocasión, estando engañando a los blasses en Castrofuerte, extrajo uno que nada mas salir del agua cayó en las mandíbulas de su pequeño perro, trayéndoselo a su dueño como si de una pieza de caza se tratase. Una vez introducido en la cesta, que estaba posada en el suelo, se quedó el can en una semi-postura enfocando el morro hacia el agujero de la cesta, y no cejaba en su observación. Le pregunté a Mundo por lo que hacía el perro y me contestó: «Es que los está contando».

Una de sus últimas jornadas de pesca de lucios la pasamos en Villaveza del Agua, pueblo de la provincia de Zamora al que acudíamos con cierta frecuencia en busca de lucios y blasses. Se trata de unas lagunas artificiales en las que habían proliferado estos peces. Llevábamos ya varias horas apaleando el agua sin ningún resultado, cuando vimos la llegada de un Land-Rover con remolque, que paró al lado de Mundo después de sobrepasarme a mí. Se trataba de los guardas de Icona, que venían de practicar la exterminación de lucios con los cables, y traían el remolque lleno. Como quiera que Mundo se quejara de cómo estaban dejando sin pesca los lugares mejores, le ofrecieron lucios, a lo que les contestó que no quería lucios muertos, que lo que quería era pescarlos.

Clemente

Si les hablo de Clemente Prieto probablemente no reconocerán a quien han tratado familiarmente como El Chepa, fontanero de profesión especializado en tejados. Amigo, siempre amigo ante todo, leal y condescendiente, bien considerado por todos, con una caída especial en la gracia de sus contestaciones. Había padecido una afección coronaria debido, según él, al exceso de tabaco y a las cosechas que llevaba adelantadas. Si se encontraba un poco menos activo de lo normal, lo achacaba a «haber estado jugando a los matrimonios».

Hacia mediados de la década de los setenta comenzamos a desplazarnos hacia las zonas bajas del Esla, donde la explosión demográfica del blak-bass hacía que pasáramos jornadas inolvidables pescándolo. Otro tanto ocurría con las bogas, a mosca ahogada, en Benamariel, Toral, Villademor, Villafer, etc., en cuyos lugares continuamos pescando también el lucio en los años siguientes. En una ocasión, pescando en Villafer, uno por cada orilla, me gritó indicándome que tenía enganchado un gran ejemplar, que por los remolinos que formaba en el agua y por la flexión de la caña parecía enorme. Le propuse sujetarlo sin forzar demasiado la tensión, mientras me acercaba yo para ayudarle con la sacadora, pero me dijo que llevaba nylon para 10 ó 12 kilos y que iba a probar a ver quién podía más. Pudo mas el lucio, que le arrancó todos los aparejos y le dejó maldiciendo. A continuación, una vez repuesto el señuelo, enganchó otro de un peso aproximado a los dos kilos. Cuando le vio y le sacó la cabeza fuera del agua me gritó: «este no se me va», e inmediatamente, según venía con la boca abierta, le metió la mano en ella para sacarle. La carnicería que le preparó el lucio en los nudillos de los dedos fue de escándalo, pues sangraba abundantemente. Tardaron mas de un mes en curársele las heridas producidas por sus dientes, que son afiladísimos.

En la época del desove de los lucios, entre Febrero y Marzo, nos llamaron mucho la atención unos grandes remolinos del agua, casi en la misma orilla, donde una hembra se hallaba desovando, rodeada de dos o tres machos más pequeños. La hembra dejaba a descubierto todo el lomo y su longitud y volumen eran extraordinarios. En la misma orilla crecía una chopa joven aún, que a la altura de una persona tenía una rama fuerte en sentido horizontal, encima de la zona donde se hallaba la lucia. A mi amigo Clemente se le salían los ojos viendo su lomo fuera del agua mientras se revolcaba, por lo que decidió darla un susto de muerte con un trozo de rama a guisa de garrote, y se acercó sigilosamente para ejecutarla. Cuando se halló justo encima, levantó el garrote y descargó con toda su fuerza un gran golpe sobre aquel lomo tan provocador, pero... sólo había conseguido asustarlos, pues la trayectoria del garrote se había encontrado con la atravesada rama y cuando llegó al agua ya no tenía fuerza ninguna. Poco después, en un reguero anejo, pescamos dos lucios que escondían la cabeza entre las ocas, metiéndoles la sacadora por detrás.


Fuente: www.diariodeleon.com · © El Diario de León, S.A.

Origen: http://www.diariodeleon.es/hemeroteca/imprimir_noticia.jsp?CAT=105&TEXTO=6968356


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